viernes, 18 de junio de 2010

Alecrin y Sombra

Esto no es algo que yo escribí sino que encontre mientras exploraba facebook, me gusto bastante y por eso quiero compartirlo :)


¡Es suficiente! ¡Sí es suficiente aunque sea una mentira! – Gritó ella antes de dormir. En lágrimas corrió hacia su refugio, lejos de su sombra, a un lugar lleno de oscuridad donde ninguna luz la trajera de nuevo a la vida. Ese parecía el final para una historia que debido a la extraña mezcla de orgullo, malos entendidos, el desear mal de terceros, las palabras de más y sin reflexión; la insoportable ausencia y el innegable lazo que el uno sentía por el otro, alejaba a dos seres que podían ser la mejor representación de complemento a pesar de cualquier circunstancia.

Mucho tiempo atrás, cuando los seres humanos no conocían el amor, cada una de las criaturas terrestres, capaces de abstraerse de la realidad para dialogar con la conciencia, caminaban cavilando sobre la verdadera esencia de la existencia. Alecrin, era el nombre de una de aquellos bellos seres desprovistos de maldad e innobles sentimientos que el dolor trae a la existencia. Desde hacía un tiempo ella se había preguntado por aquello que podría traer a la realidad una sensación de completa felicidad y con esa idea, preguntaba a cada uno de sus amigos “¿Qué es necesario para ser feliz?” a lo cual los más introvertidos respondieron conocimiento; los más avaros respondieron dinero y riquezas; pero ninguna de esas respuestas podía cubrir aquella muda voz de su interior que en silencio gritaba “encontrar un complemento.”

Una noche, a la luz de la luna y las estrellas, las ninfas tocaban en lo profundo del bosque la Sonata de los Desconocidos y al ritmo de las liras, bailaban para celebrar que el manto de estrellas les protegía de los impúdicos sátiros. Los acordes de las bien templadas cuerdas, con su vibrar en el viento, tomaban vida propia para contagiar de felicidad, con la perfección de sus formas, a aquellos taciturnos viajeros de la noche, cuyos sentidos, por temor a ser descubiertos, sobre percibían las cosas con el fin de evitar algún contratiempo en su marcha. De lejos, en frente de la chimenea de su hogar, Alecrin podía captar las hermosas voces de las ninfas bajo el melodioso arrullo que éstas regalaban a la noche, y al mismo tiempo admiraba como con el soplar del viento y el agitar de las llamas, su sombra bailaba la música de aquellos seres divinos grabados en la memoria de los hombres de letras.
– ¿Qué haces? – Le preguntó con voz pícara a su sombra. En ese instante la sombra volvió a su lugar tratando de ignorar el hecho de haber sido vista entregada al delirio lejano de aquellos seres míticos que inspiraban a los poetas. Alecrin se burló y continuó mirando el fuego, pero al mirar de soslayo pudo percatarse que su sombra, con intentos fallidos de disimulo, le miraba. Sonrió y en ese instante la sombra quiso desde lo más profundo de su esencia conocer los secretos de aquella sonrisa.

Alecrin se preguntaba qué era aquello tan gracioso y curioso que le atraía de su sombra, la cual, a pesar de carecer de expresión debido a la ausencia de un rostro, era capaz de transmitirle, a través de un código que sólo los dos podían descifrar, los secretos de su sentir. Cuando Sombra no podía hacerse entender, se valía de los movimientos más extraños para que ella, en su amplia visión de la realidad, le ayudaba a traducir, porque ella era una de las únicas que poseía un diccionario de aquel extraño lenguaje que posee el cuerpo.
Un diálogo impersonal hacía de cada encuentro una ruptura del espacio-tiempo, donde la sombra plasmaba, de forma única y sin par, la imposibilidad de comunicar sus sentimientos al mundo. Alecrin escuchaba su corazón, ya que éste era el único canal que permitía aquel bello intercambio de pensamientos y puntos de vista. Sombra se esforzaba por generar lo único que podía hacer desde su condición, dilatar el tiempo a través de los bruscos movimientos provocados por las risas y carcajadas; Sombra hacía el tonto sólo para dibujar en el rostro de Alecrin una sonrisa.
Un día Alecrin quiso ver el verdadero rostro de Sombra, pero la imposibilidad de aquel acto le entristecía mucho. Ya que él temía mostrarse a ella tal cual era, temía parecer abominable frente aquellos grandes ojos cuyo color variaba de acuerdo al estado de ánimo de ella. Ojos que llenos de carisma, virtud y nobleza que eran capaces de ablandar hasta el más desalmado guerrero de los reinos occidentales, ningún corazón conservaba su dureza en presencia de Alecrin. Si Atila se hubiese enfrentado a la inquebrantable dulzura de aquella mirada, tal vez los caminos que éste en sus conquistas había andado no habrían de haberse convertido en tierras desoladas e inertes.
Las noches y los días soleados eran los momentos más oportunos para los encuentros entre Sombra y Alecrin, si ella lo deseaba, lo único que tenía que hacer para ver a sombra era encender la luz o interponerse al sol; y en caso de no querer verle, tan sólo tenía que esperar la hora en la que se acababa el encanto. Con los días, una necesidad del otro fue apareciendo en la conciencia de Alecrin y Sombra, pero ella quería entablar una conversación más personal en la cual pudiese ver expresiones en el rostro de Sombra. Amaba bailar con Sombra tanto como Sombra amaba bailar con ella, a pesar de la rigidez de sus extremidades; hechos banales como éste no eran un impedimento para moldear la percepción del tiempo dentro del espacio. El canto de las ninfas era su testigo y los acordes de las liras eran sus cómplices; el mundo, su hogar.
Una noche de luna nueva, Alecrin decidió ir en busca de consejo a la pitonisa, quien habitaba en las afueras del pueblo. Necesitaba encontrar la manera de deshacerse de la imposibilidad de ver sólo el contorno de un rostro, ella quería ver más, quería confirmar si los bosquejos que su imaginación había realizado en aquellas horas posteriores a la pérdida del encanto se acercaban a la verdadera esencia de Sombra.
Al escuchar esto, la pitonisa le advirtió de los riesgos que tiene el hecho de conocer la verdadera forma del alma a tan temprana edad, pero el deseo de Alecrin era mucho más fuerte y se imponía a cualquier advertencia. La Pitonisa sabía que el espíritu de Alecrin era de aquellos que son invaluables, mucho más valiosos que los metales preciosos, lo cual le conducía a considerar la posibilidad de ayudarle en su búsqueda, a pesar de los precios que exige la ley de estados equivalentes.
Miró a Alecrin directamente. Sus grandes ojos, a la expectativa de un método que calmara su ansiedad, clamaban por una ayuda. – La vida nos abre el camino únicamente cuando estamos preparados para echar a andar. – Y al terminar de enunciar aquel decir popular muy bien conocido, cerró sus ojos y habló: - Para lograr conocer el rostro de Sombra, tienes que llegar más allá de los límites que se han dibujado en la mente de los seres humanos. En otras palabras, deberás superar tus creencias y romper tu esquema, desdibujar aquel lugar donde se plasman los límites de lo posible y lo imposible en tu cabeza. – y eso fue lo que dijo la sabia de la aldea. Al ver que en los ojos de Alecrin la confianza desfallecía como cuando los recuerdos carecen de detalles para grabarse en una mente prodigiosa, la pitonisa vio cómo la ilusión de alcanzar a Sombra, se desvanecía con el sonido infinito del tic-tac, aquel que define el imparable traqueteo producido por el carro de Apolo al cruzar el plano celeste. Frente a esta situación sólo quedaba una opción para que Alecrin pudiera, aunque fuese por una fracción de segundo, dilucidar los rasgos que aquella silueta negra guardaba en la oscuridad de su interior.

– Primero que todo, debes ir en busca del Lago de la Verdad. Y la única forma de encontrar ese lugar es con Sombra, ya que él es el único capaz de mostrarte el camino. Una vez halles el camino, que sólo la confianza en ti puede hacer que Sombra te muestre, deberás caminar con él y los secretos que oculta la oscuridad te serán presentados. Como un niño, sentirás el deleite que genera un nuevo descubrimiento, pero es tu decisión si quieres caminar con él. – Al escuchar estas palabras, un fulgor iluminó el ámbar de sus hermosos ojos y un cosquilleo rompió la tranquilidad del cuerpo de Alecrin para desplazarse por cada una de las fibras de éste y poder dibujar nuevamente la curva en su rostro, aquella línea que Sombra tanto disfrutaba ver.

Al llegar el amanecer, Sombra hizo su aparición con el primer rayo de sol. Alecrin podía observar cómo él se hacía más cercano a medida que el sol se alzaba en el cielo. Cuando Sombra estaba lo suficientemente cerca para entablar su silencioso diálogo, él había entendido la razón de ser para ese encuentro.

En ese instante, Sombra le explicó a Alecrin que la sombra era sólo un reflejo más del alma y le pidió que le dejara, que lo abandonara a sí mismo, porque él no quería hacerle daño, no quería destruir un ser de tal grandeza; Sombra sentía que debía protegerla incluso de sí mismo. Para Sombra, aceptar que era un elemento perjudicial para la vida de Alecrin le consternaba lo suficiente como para odiar su propia existencia y en ese preciso instante, al odiarse a sí mismo, el corazón de Sombra se quebró, y por la grieta que creó, la imposibilidad de compartir su existencia con aquel amado ser, un líquido transparente comenzó a brotar. Lo que inició con unas gotas, se convirtió en un hilo de agua que escapaba de la sombra con gran presión; el hilo de agua se convirtió en una fuga incontrolable de sentimientos sellados en lo más profundo de Sombra. En un abrir y cerrar de ojos la charca se convirtió en un lago sin par cuyo fondo era visible a los ojos de cualquiera que hubiese presenciado ese momento.

Alecrin se encontraba impávida frente a esa extraña reacción de Sombra, porque a su llegada, ella había pensado que harían un desplazamiento por los alrededores en busca del lago del cual habló la pitonisa. Y sin duda alguna, había ocurrido un traslado, un camino que sólo Sombra, en compañía de los sentimientos que Alecrin había despertado con su constante presencia y felicidad al interior de la oscuridad del alma, podía encontrar para llevarla a ella a aquel lugar.
El estancamiento de agua había ocupado todo el lugar: Sombra se había ido. La angustia se apoderó del espíritu de Alecrin al no comprender las palabras que la pitonisa le había dicho y al ver que su cuerpo se hallaba ahora en el fondo donde sólo se podía ver la grieta por la que escapaba el agua. En ese momento, a su mente llegaron, con un gran estruendo, las instrucciones dadas por la voz de la sabiduría: TENDRÁS QUE CAMINAR CON ÉL… ROMPER LOS LÍMITES DE LO POSIBLE Y LO IMPOSIBLE… Después de recordar aquellas palabras que intentaban imponer una nueva forma de ver el mundo, el cuerpo de Alecrin llevado por una corriente ascendente de agua fue víctima de una ilusión en la que se mostraron imágenes de una vida desconocida a sus ojos, pero familiar a los de su corazón. El entendimiento no era completo, pero ella sabía que tenía la opción de querer caminar al lado de él, que en ese momento la vedad filtrada por el dolor se le presentaba para darle la oportunidad de tomar una decisión.



Después de algunos segundos, una silueta oscura emergía desde el fondo de las aguas, una sombra que se definía a medida que el cuerpo se acercaba a la superficie. Un rostro mirando hacia el cielo emergió de las aguas seguido de un largo cabello negro que se aferraba al cuerpo por la humedad de las lágrimas de la sombra. Alecrin se encontraba, en contra de todas sus creencias, de pie en medio del Lago de la Verdad, en ese instante, ella entendió que la imposibilidad de las cosas sólo encuentra en el interior de cada quien y que esa verdad que se busca en los otros sólo se halla únicamente en sí mismo, porque el otro sólo se convierte en un elemento que permite la catarsis a través de la apreciación de los seres y el abandono que cada uno siente al querer proteger a los otros de sí mismo.

¿Y ese otro, dónde estaba ese otro que había nacido producto de las lágrimas? ¿Dónde estaba Sombra? Al salir de su asombro y de una inconsciente reflexión, Alecrin buscó el rostro de Sombra y al ver hacia abajo pudo ver cómo dos ojos cafés, medianamente rasgados y rojos por la hinchazón que genera el llanto, le miraban directamente con un hálito de afectación y timidez. La figura de Sombra se iluminaba con la luz que Alecrin había traído después de la fuga, la oscuridad se había ido a través del llanto de su corazón y gracias a la aceptación que ella otorgaba.
Ambos se miraron directamente por unos instantes descubriendo en silencio que ese ser que observaban se encontraba a un nivel mucho más alto que en el que ellos se encontraban. Sin embargo, ninguno de los dos notó que eso era una simple ilusión, ambos estaban al mismo nivel y que el factor causante de esa creación, de esa idea de superioridad e inferioridad, no era más que el producto de mirar hacia abajo y ver el reflejo de la grandeza del cielo que detrás de los cuerpos se escondía. Ambos, paradójicamente, podían ver las estrellas iluminar la vida del otro; era como verse en un espejo en donde la vanidad y el halago por el otro se convertían en la forma más pura y agradable de narcisismo. La inmodestia definía y le daba un toque de complemento a esta nueva interacción.
Alecrin era capaz de caminar con Sombra. Sombra era capaz de caminar con Alecrin. En el proceso, Alecrin le revelaba a Sombra los secretos de la vida y al mismo tiempo, Sombra le revelaba, muy a su pesar, los secretos de la muerte. Alecrin compartía la hermosura de las lenguas vivas que daban cuenta de las acciones más sublimes en la historia de su pueblo, ella le enseñaba a leer las memorias del mundo porque en la oscuridad de las lenguas muertas, Sombra era un tonto que sólo conocía el mundo a través de la oralidad y se valía de infinidad de epítetos para conservar la memoria. Alecrin le mostraba la belleza de las acciones bellas para enseñarle a vivir, mientras Sombra recordaba las miles de veces en las que había muerto y el deleite que le causaba morir para dar vida a un ser nuevo. Sin darse cuenta, el uno moldeaba la estética del otro para así tomar una distancia de la realidad y juntos hacerse invencibles; sin darse cuenta también, se habían vuelto un único ser unidos por los pasos que daban, cuando el paso de uno era débil, el paso del otro compensaba la falta de seguridad y al final de cuentas lograban avanzar.
A pesar de las cosas bellas que ambos vivían, siempre hallaban obstáculos mínimos que de haber sido aclarados desde su aparición, no se habría convertido en el Némesis de su profunda conexión. El primero de ellos era el miedo que el uno sentía de perder al otro, tanto para Alecrin como para Sombra, esta consideración traía de nuevo la oscuridad que en un principio marcaba el abismo existente en el umbral del cuerpo y el alma. El segundo, era la imposibilidad que Sombra había definido de estar a su lado, cuando la luz era apagada en las noches, él debía dejar a su ser amado hasta una nueva ocasión, este hecho le molestaba, le consumía y le conducía de nuevo a la soledad. En lo más profundo de su ser, Sombra deseaba que no existiera la hora en la que se perdía el encanto para así poder estar siempre único a Alecrin.
Uno de los riesgos de los cuales no había hablado la pitonisa estaba relacionado con las consecuencias que trae la separación del cuerpo y la sombra. Cuando están juntos, ambos comparten un corazón, pero cuando le abriste el camino a la vida de los seres reales, le diste libre albedrio y separaste el corazón. Sombra se volvió ambicioso porque había recuperado la vida que siglos atrás había perdido por haber cometido el acto imperdonable de robar la vida a su propio cuerpo. Le enseñaste la historia del ave fénix y él pensó que podía alzar el vuelo sin ti, cuando tú, Alecrin, habías sido la chispa que le permitió encender su vida y resucitar…
Ninguno de los dos sabía que habían alcanzado un amplio desarrollo porque ambos eran uno, mientras Sombra era las raíces que daban estabilidad, Alecrin era el árbol que batía sus ramas el viento para dar frutos. Los pasos de cada uno de ellos se llenaron de duda, los días de volver a caminar en el Lago de la Verdad se volvieron escasos, cuando Alecrin necesitaba recuperar energías volvía al lago, que en la ausencia de sus creadores había aumentado de tamaño, pero al buscar su reflejo, Sombra brillaba por su ausencia. Ya no había más besos en la superficie, se había ido el calor de sus abrazos y en la distancia, Sombra, oculto del mundo, trataba de escondérsele al sufrimiento que había desplegado sobre ambas existencias.
Sombra se entregó a la ambición de conquistar el mundo y su mayor carga fue haber entendido que no debió separarse de su cuerpo. Los días se hacían pesados, su lógica le traicionaba, sentimientos oscuros se apoderaban de su mente, su corazón se había quedado en aquel cuerpo que amaba más que su propia existencia y lo peor de todo, no encontraba el camino de vuelta, había borrado sus huellas dejando falsas pistas, ahora se hallaba en un lugar del que no podría volver. La soledad le había mostrado una vez más los secretos de la muerte, pero ahora no le atraían, porque al lado de Alecrin había conocido aquellos que oculta la vida; esta vez pagaría el precio de su ambición y su egoísmo, su visión del futuro había sido una mentira a la cual no deseaba llegar solo; el futuro no existía porque el futuro es el pasado.
Décadas pasaron y finalmente Sombra pudo volver, demasiado tarde, pero logró su cometido. El Lago estaba casi seco y a su lado había un mar, mar que no le pertenecía, pero del cual había sido causante. Las olas del mar llevaban agua al lugar donde el gran Lago de un tiempo atrás se encontraba con el fin de no dejar que éste desapareciese, y cada ola traía imágenes del sufrimiento perpetuado a Alecrin. La miseria de Sombra no podía ser más grande en aquel momento, todo era su culpa, él había sido el causante de toda la situación y en su interior aun escuchaba la voz de un canto agonizante, el canto del dolor que su partida había generado.
La pena y la vergüenza de sus actos dieron origen a un fenómeno de creación, a través del cual, Sombra trataba de expiar su culpa. Un día sentado al borde del reflejo del Lago, aquel que volvió a llenar con la poca nobleza que tenía en el corazón y para el cual buscaba un nuevo nombre, vio a lo lejos, en la turbulencia de las olas del mar, como Alecrin se esforzaba por caminar una vez más en el agua. Labor que era difícil, puesto que la ley de estados equivalentes exigía una completa proporción de las partes que conforman una unidad.
Sombra se acercó tímidamente a Alecrin atravesando el hilo de agua que caía del mar al lago. Al verle, ella perdió el control y cayó al agua. Sombra, quien en su ausencia había fomentado algunas habilidades humanas como el nadar, le ayudó a llegar a la orilla. Ambos, en la orilla tuvieron un intersticio que pareció meses, en ese breve lapso de tiempo pudieron expresar todo aquello que no se encontraba en lo profundo de su corazón, esos leves accidentes que tiempo atrás les habían colmado de felicidad el imparable correr de los días.
El tiempo había dejado sus huellas y el gris de las nubes permearon las palabras de cada uno de los protagonistas. Sombra preguntó “¿es suficiente? ¿Después de todo es suficiente?” Y ella respondió:– ¡ya es suficiente Sombra!
Y siendo esa la sentencia de Alecrin, Sombra se sentó en la orilla de su lago, y con una sonrisa carente de expresión, sacó un libro y se puso a leer. Leer para recordar a aquel hermoso ser que le enseñó que su lectura del mundo debía de ser más amplia y más atenta, menos anacoreta y más integral porque la vida era mucho más valiosa cuando el destino otorgaba la oportunidad de caminar con seres como ella. Se sentó, y con el conocimiento de la humanidad a sus manos, viajó por las letras, que largo tiempo atrás dieron cuenta de su imposibilidad de leer correctamente; viajo a través de ellas en busca de una respuesta y explicación medianamente decente a tan magnificente muestra de estupidez que le turbaría por el resto de existencia.
“… mi unicidad no necesariamente me hace irremplazable, esto me conduce a una empresa destinada al inminente fracaso, porque aun soy un humano y no me puedo proteger de sentir, de conocer gente (aunque lo intente con mucho esmero), de sentir piedad, de sentir agrado al lado de ciertas personas. Por eso mi comentario sobre el Carpe diem, sé que no es mi último día aun y el extrañar se convierte en el elemento problematizador de, por lo menos, mi vida.”
Muy de vez en cuando, dejaba de lado su lectura para ver el incesante andar de Alecrin, anhelando poder volver a caminar con ella, para ser, como en un principio: un ser invencible e imparable.

Desde ese día, los hombres se olvidaron de caminar en el agua para buscar en su reflejo un complemento que les llevara a la felicidad. Por otro lado, las sombras sólo se limitaron a plasmar sus movimientos en las superficies, sin fijarse en sus poseedores, porque no quieren romper, como lo hizo Sombra, el vínculo que les da el honor y privilegio de decir: estoy completo, tengo un corazón.

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